Problematizar
la propia cotidianeidad
para construir
la República desde la Escuela
Presentación
preliminar
No sé si estoy cansado, pero siento la fatiga de quien
cae en la cuenta de que viene de lejos. Les aclaro: de lejos en el tiempo,
aunque Gardel, muerto y todo, insista en cantar que veinte años no es nada.
Permítanme hacer memoria. Veintitantos años atrás…
Como si fuese un himno universal, por entonces cantábamos Imagine, de Lenon, mientras soñábamos con un mundo libre de
fronteras que no sería precisamente el que pronto habíamos de conocer. Escuchábamos
a Daniel Viglieti llamar a desalambrar.
Leíamos a Julio Cortázar, a Franz Fanon, a Roger Garaudi, a Paulo Freire.
Discutíamos cualquier propuesta social, estética y política desde la óptica
de la Teoría de la Dependencia. Más
o menos frankfortianos, cobijábamos certezas, entre las que se destacaba la
confianza en la eminente llegada del "hombre
del siglo XXI" que profetizara el Che desde las páginas de su "Libro
verdeoliva". Nos encendimos con "Las
venas abiertas", de Galeano, porque éramos decididamente
latinoamericanos.
Ya saben, el aire se enrareció en torno a nosotros.
Sobre aquel humus epocal clavó sus tacos el terrorismo estatizado. Entonces, de
puro susto, enmudecimos. En los ochenta volvimos a cantar, igual que la cigarra
de María Elena Walsh, ahora de la mano de la Nueva Trova Cubana. Desgranamos un
rosario de decepciones democráticas con el que despedimos el milenio. Nos
descubrimos seducidos por la nueva ola de ideologías blandas y por un momento,
nos miramos con vergüenza.
Ahora me pregunto qué aportes puede dar, al momento de
pensar la Escuela de cara a la Democracia, un docente que construyó su modo de
descifrar la realidad en un tiempo que se le hace remoto. Remotísimo. Lo pienso
una y otra vez y me digo que quizá pueda contribuir precisamente con eso: con
la mirada del que viene de una suerte de exilio, vale decir, del que observa las
nuevas propuestas desde un mundo que ya no existe. Pero que cree, a pesar de
todo, en otro mundo que aún puede ser forjado. Otro mundo decididamente democrático
que, en cierta medida, sería construido desde la propia Escuela.
A
manera de introducción: El aquí y ahora de este ensayo
Los latinos lo denominaban locus ubi: el posicionamiento, el aquí y ahora, el ahora del aquí.
El poeta Alfredo Maxit dice al respecto en su pieza "Otra cosa":
"(…)
y cuando digo aquí quiero decir
cualquier
punto habitado del planeta,
porque
eso sí
que
haya gente es condición imprescindible[i]
(…)."
Cuando digo aquí, digo que me estoy posicionando
en un tiempo que sucede en cualquier punto
habitado del planeta: un tiempo en el que los sólidos paradigmas que nos
orientaron a lo largo de la Modernidad se nos descubrieron pasmados por la
incertidumbre; un tiempo en el que las ideologías transformadoras de la
realidad se convirtieron, junto con sus íconos, en simples marcas de cerveza o
en comedias musicales; un tiempo en el cual el Estado Social se volvió sinónimo
de prehistoria, porque las sirenas del Nuevo Orden anunciaron que precisamente
la historia ha llegado a su fin; un tiempo en el que las economías nacionales
sufren una implosión mientras el Neoliberalismo pone en crisis la idea que teníamos
de Patria, de Nación, de Estado, de País, de Pueblo; un tiempo de vínculos
precarios, de proyectos colectivos privatizados, de excluidos y exclusivos, de
ciudadanos convertidos en consumidores…
Pero a este aquí
de paradigmas pasmados, ideologías devaluadas, Estado Social quebrado y
consumidores que no consumen que podría ser ubicado en casi cualquier rincón
del colorido mapamundi, lo voy a precisar en un pueblo provinciano de un país
en estado de default. Voy a ser aún más
puntual: este aquí sucede en una
escuela pública de nivel medio que brinda su servicio en un barrio de dicha
localidad. En sus aulas, quien no es hijo de changarín, pescador, peón rural o
cosechero de algodón, es porque empujado por la necesidad se volvió él mismo
changarín, pescador, peón rural, cosechero de algodón.
Desde este aquí pretendo pensar la
escuela a fin de construir a partir de ella un proyecto de República diferente al que el modelo imperante nos
impone.
Capítulo
I: Pero, ¿de qué Escuela hablamos?
(I.1)De la "noble mentira" platónica a la
Ley 1420
Por aquellos días, Juan Bautista Alberdi se había desgañitado
proponiendo la práctica de lo que llamó la Política del Gajo. Tal vez ustedes recuerden aquel asunto: desde el
punto de vista de nuestro prohombre, era menester trasplantar poblaciones
europeas directamente desde sus suelos nativos, tal como se hace con el gajo de
una planta que se quiere hacer crecer en un terreno todavía inculto, como el de
nosotros. Esto porque los sajones con quienes soñaba ya tenían incorporado
desde hacía varias generaciones el culto al trabajo, culto que la Escuela
tardaría demasiado tiempo en inculcar en el hombre autóctono. Ese hombre cuya
sangre era un sarmientino abono para la tierra.
Mientras Nicolás Avellaneda importaba gajos humanos, la
Universidad y el Colegio Nacional se esforzaban en moldear a quienes conformarían
la clase dirigente. A través de estos canales, la elite había de construir su
identidad. Ahora bien, para los egresados de las Universidades Nacionales, la
cultura no había de ser otra cosa que el cúmulo de valores supuestamente
universales promovidos por los centros de poder, con exclusión de toda otra
forma cultural, incluida la propia[ii].
Vale decir que su escala axiológica era ahormada desde una meticulosa colonización
pedagógica que estimaba lo autóctono como señal de barbarie[iii].
Entre tanto, la Escuela de la Ley 1420 -o Ley de Educación
Común- actuaba como lo que era, el instrumento ideado para alcanzar la unidad
de la nueva Nación. O sea, integraba al Estado las poblaciones provenientes de
diversos países y de culturas heterogéneas, que es lo mismo que decir que
integraba a los alberdianos gajos. Por otra parte, en un marco positivista, el
Normalismo, promovido y difundido desde la creación de las Escuelas Normales
-de 1870 data la de Paraná- contribuía decisivamente a afianzar la uniformidad
ideológica de la educación popular[iv].
En otras palabras, como tantas otras veces, la educación
actuaba como una mera reproductora de
ideologías útiles para los centros de poder y sus socios periféricos.
En la obra "La
Reproducción", Bourdieu y Passeron señalan que cualquier sociedad
recurre a un sistema de relaciones simbólicas que refuerzan las relaciones de
fuerza material. Así, la dominación cultural -pensemos en la propaganda, la
moda, la religión, la educación familiar, la acción pedagógica
institucionalizada- afianza a esa violencia material que significa la dominación
económica. En resumen, para estos autores la función de la educación es la
reproducción de las desigualdades sociales. Coincidiendo con ellos, Althusser
distingue los aparatos represivos -policía, ejército, tribunales- de los ideológicos,
entre los que incluye a la escuela[v].
Pero esta práctica reproductora no era nueva cuando
acampó entre nosotros. Según Peter McLaren, el proceso de escolaridad refleja
la concepción platónica de idioprágein,
o procedimiento tendiente a la armonización de talentos e intereses
individuales con las necesidades de la estructura social. Por medio del mismo, a
cada persona se le da un lugar preciso en la sociedad. Para lograrlo, Platón
aconsejó que "guardianes selectos" se encargasen de preservar la
"noble mentira" de que algunas personas son esencialmente superiores a
otras. Así, las que poseían un alma de oro, habían de ocupar los puestos más
encumbrados de la sociedad, al tiempo que las de plata gozarían de puestos de
cierta importancia, las de hierro irían a parar al ejército y las de bronce
cumplirían los roles menos prestigiosos que se puedan imaginar[vi].
Trasladado este concepto a nuestra realidad decimonónica,
podemos imaginar que las almas plateadas habían de pasar por los claustros del
Colegio Nacional, en tanto las doradas debían terminar de formarse en la
Universidad a fin de que, una vez en el poder, con ellos y por ellos la sociedad
nacional gozase de armonía. Para los hombres con alma de bronce estaban las
escuelas organizadas según la Ley de Educación Común. Las normas
transmitidas por las maestras normalistas
venían justamente a reforzar esta estructura simbólica. Y también, aunque
ellas lo ignoraban, platónica.
(I.2)Sobre la publicitada Excelencia
Transcurrió un siglo desde entonces y se elaboró una
nueva Ley de Educación. En los neoliberales '90 y al calor de la ley de
convertibilidad, los medios de comunicación comenzaron a publicitar una educación
de excelencia. Tal como recordarán, los egresados que hubiesen recibido la
dorada educación –personalizada, informatizada y en idioma extranjero-, estarían
perfectamente capacitados para ocupar espacios dirigenciales -como antaño
sucediese con los diplomados en las Universidades Nacionales-, además de salir
preparados para continuar con sus vidas en cualquier rincón del también dorado
Primer Mundo. Serían líderes, think
tanks, gente de éxito.
Concluida la década de la pizza con champán, convertidos en los leprosos del planeta, supimos
que "los países no ingresan al
Primer Mundo en tanto unidades geopolíticas sino que son las clases sociales
las que se incorporan o no al circuito de producción y consumo[vii]".
Precisamente las que lo hacen, son las que fueron formadas en el concepto de excelencia,
analogía posmoderna de aquel principio que los griegos llamaron areté
y que no es otra cosa que la educación que suelen recibir al interior del
Sistema Educativo los que están en la cumbre de los beneficiados por la platónica
mentira.
En relación a esta mentira, hoy sabemos de la existencia
de un currículum oculto; Jaurechte lo
denominó pedagogía colonialista.
Según él, se trata de una zoncera que no se enseña como una asignatura, pero
que está dispersamente introducida
en todas y hay que irlas entresacando si lo que no interesa es librarnos de ella[viii].
(I.3)Locus ubi, o un
lugar en el idioprágein
En el referido contexto, no nos ha tocado -¿en suerte?-
participar del circuito de la excelencia. Por el contrario, muchos de ellos
retenidos sólo a fuerza de recibir el almuerzo que no pueden tomar en sus
casas, los estudiantes salen de nuestras escuelas marcados por lo que ahora se
denomina bajo capital cultural.
Ustedes saben a lo que me refiero: según encuestas recientes, egresan sin
capacidad de interpretar textos, sin haber alcanzado el nivel hipotético-deductivo,
confundiendo a Irigoyen con Rivadavia, incapaces de transferir sus saberes al
ambiente extra áulico… Sospechan que la educación formal que la
desacreditada Escuela les ofrece ya no es sinónimo de movilidad social ni les
garantiza el ingreso al mundo del trabajo. En torno a ellos, las cooperadoras
escolares están exhaustas, los techos amenazan caerse a pedazos, la falta de
motivación de los docentes intenta ser suplida por un incentivo a
cuentagotas…
(I.4)En síntesis…
Según Paul Ricoeur, "la noción de subdesarrollo es extraordinariamente compleja; no hay sólo
un retraso, sino también un entorpecimiento"[ix].
En este aquí, en este contexto de
retraso y entorpecimiento y ubicado, como quien escoge un caso testigo, en una
escuela pública de nivel medio que brinda su servicio en un barrio pueblerino
de un país en estado de default, me
vuelvo a preguntar: ¿es posible construir
desde la Escuela un proyecto de República diferente al que el modelo imperante
nos impone?
Qué duda cabe: es posible. Aun para un docente que
construyó su modo de descifrar la realidad en un tiempo que se le hace remoto.
Remotísimo. Trataré de argumentar por qué.
Capítulo
II: El reto es verbalizar
(II.1)Descolonizar la personalidad, esa es la cuestión
En la primera mitad del siglo pasado, Raúl
Scalabrini Ortiz escribió: "El
imperialismo económico encontró aquí campo franco. Bajo su perniciosa
influencia estamos en un marasmo que puede ser letal. Todo lo que nos rodea es
falso e irreal. Es falsa la historia que nos enseñaron. Falsas las creencias
económicas con que nos imbuyeron. Falsas las perspectivas mundiales que nos
ofrecen. Irreales las libertades que los textos aseguran (…). Volver a la
realidad es el imperativo inexcusable[x]".
Volver a la realidad, un imperativo inexcusable.
Porque actuar sin tener consciencia de realidad es una clara manifestación de
insania. Una de las formas sociales de esta insania es la que padecen los
colonizados. Como sabemos, suele suceder que el colonizado descifra el mundo y
se descifra a sí mismo desde la mirada de su colonizador[xi].
Y cuando se observa en el espejo, por la acción de esa mirada introyectada a
sus pupilas, se ve incapaz de hacerse cargo de sí mismo. Desde esta óptica, entorpecida
al decir de Ricoeur, ¿cómo podría encontrarles soluciones a sus problemas?
Pero hay recursos que resultan inadecuados a la
hora de ejercer la tarea de descolonización cultural. Por ejemplo, los
utilizados por el populismo. Podemos comprobar que el populismo recurre al
bagaje cultural para edificar su poder en torno a la figura de un líder carismático.
A los sectores populares les da la sensación de estar participando de un
sistema que los reconoce e incluye. Sin embargo, su política distribucionista
no cambia estructuras y acaba diluyéndose en clientelismos demagógicos para
los que la participación no pasa de ser un simulacro con altas dosis de
folflorismo[xii].
Para el populismo, el pueblo es un eterno menor de edad al que hay que
salvaguardar de ideologías acusadas de peligrosas y disgregantes. Por eso
sataniza toda pedagogía cuyo propósito sea interpretar la realidad con autonomía,
cuando sabemos que no hay identidad plena en individuos y grupos humanos heterónomos.
Por otra parte, el neoliberalismo reduce al
ciudadano a simple consumidor. En consecuencia, la educación se transforma en
un bien más de consumo -se consumen saberes tal como si se tratase de bananas-.
Así las cosas, hay quienes podrán pagar productos culturales de primera,
segunda o tercera calidad, convirtiéndose en
"ciudadanos-consumidores" de primera, segunda o tercera calidad. Por
eso, la pedagogía neoliberal es de suyo antidemocrática, puro idioprágein
mercantilizado.
Entonces nos queda planteada una pregunta crucial:
hay que descolonizar la identidad individual y social, facilitar los caminos de
la autonomía[xiii],
¿pero cómo?
(II.2)Verbalizar y problematizar, esa es la
otra cuestión
Les adelanté que entre los estudiantes que
asisten a la escuela tomada como caso testigo, quien no es hijo de changarín,
pescador, peón rural o cosechero de algodón, es porque empujado por la
necesidad se volvió él mismo changarín, pescador, peón rural, cosechero de
algodón. Nadie podría sostener que no viven en contacto con la realidad. Ahora
bien, lo que aquí voy a proponer es transformar esa realidad en palabra, idea,
texto. Vale decir, verbalizarla.
Sabido es que verbalizar es un ejercicio que,
entre otras cosas, se propone des-subjetivar lo que la persona vivencia. En
otros términos, al convertir la vivencia en objeto de estudio, verbalizar
objetiva. Un método al que acude la antropología a la hora de objetivar
los contenidos de la propia cultura, es el que definió el brasileño Roberto de
Malta: "Hacer familiar lo exótico y tornar exótico lo familiar[xiv]".
Lo que aquí se convierte en exótico al ser verbalizado, es nada menos
que la propia cotidianeidad. En
resumen, las vivencias cotidianas del
estudiante changarín, pescador, peón rural, cosechero de algodón son
problematizadas.
La realidad, lo sabemos, puede ser abordada de
diversas maneras: la poesía, la mitología, la religión, la intuición son
algunos de los caminos posibles. También está la problematización, que nos permite interpretar los diversos fenómenos
ya no como designios del destino, maldiciones divinas, fatalidades de la
naturaleza, hechos mágicos, sino como situaciones más o menos complejas y más
o menos conflictivas a ser resueltas. Ustedes coincidirán conmigo en que se
trata de todo un cambio de paradigma: cuando la propia cotidianeidad es
interpretada como un problema, el individuo se descubre con posibilidades de
poder solucionarla.
Conocido es que muchas estrategias de comunicación
de masas tienden a hacer creer al receptor que el mundo no tiene compostura, que
todo tiempo pasado fue mejor, que más vale lo malo conocido que lo bueno por
conocer, que la propia cultura es irredimible. La problematización quiebra esta
lectura fatalista de la historia. Y como nos recuerda Peter McLaren, "Paulo
Freire sugiere usar estrategias pedagógicas para plantear
problemas. La educación que plantea problemas es una actividad que se lleva
a cabo con los estudiantes, no para
ellos[xv]".
Porque si es cierto que por medio del
lenguaje somos producidos como sujetos, verbalizar la realidad de ninguna
manera puede ser un ejercicio que a la persona[xvi]
le pueda ser dado desde afuera –para
ella-, heteónomamente.
Asegura McLaren que “la importancia del lenguaje
reside en el hecho de que es por medio de él que nombramos la experiencia y que actuamos
como consecuencia de la manera en que interpretamos o malinterpretamos esa
experiencia (...). La lucha por la manera de nombrar y transformar la
experiencia es uno de los temas cruciales de la pedagogía crítica y de la
lucha por el cambio social”. Un
cambio que, como sabemos, implica descolonizar la personalidad.
Verbalizar, problematizar, descolonizar, ¿para qué?
(II.3)Conclusión: el propósito es politizar
Si los estudiantes changarines, pescadores, peones
rurales o cosecheros de algodón no verbalizan y problematizan su cotidianeidad,
pueden acabar enredados junto con su altísimo capital experiencial en el discurso populista, o
neoliberal, o en el de la sutil mentira platónica. Y la propia escuela puede
ser uno de los instrumentos para que esta tragedia se consume. O, también, el
medio capaz de desarticularla.
Cuando la persona verbaliza –o comprende- y
problematiza –vale decir, se propone resolver- su cotidianeidad, se halla nada
menos que politizando su realidad.
Ejercicio éste de autonomía valorativa que reestructura el propio pensamiento,
ahora autoconsciente. Pero, ¿qué le
falta para que también reestructure el campo de lo político?
La comunicación, el recurso del diálogo[xvii].
Porque a través de este fenómeno exclusivamente humano, la experiencia
subjetiva muchas veces desoladora puede transformarse en producción colectiva. Tal producción tiene la capacidad de generar
una conciencia del nosotros, que es un
nosotros diametralmente diverso al del colonizado. Es que para éste, sus
semejantes se convirtieron en un impersonal ellos
desde el momento en que asumió como propia la cultura del colonizador. En el
nosotros, la exclusión neoliberal no tiene cabida, pues es un ámbito en el que
se comparte la experiencia verbalizada de la mismísima exclusión. Generar aquí
este espacio social a través del diálogo es, entonces, un ejercicio
emancipatorio que, como tal, reestructura el campo de lo político.
Tal reestructuración es la base misma de la práctica
de la ciudadanía y, en consecuencia, del Estado Democrático[xviii].
O sea, de una democracia real y no simplemente de forma. Porque si algo han
logrado el neoliberalismo y el discurso de la post-modernidad, fue implantar aquí
una democracia formal –una democracia de consumidores y, por ende, excluyente-
que requiere de la despolitización como condición sine
qua non para su funcionamiento[xix].
¿Para qué, entonces, verbalizar y problematizar?
Para politizar la propia cotidianeidad y erigir, de manera autónoma -o
descolonizada- y dialogada, una realidad democrática[xx].
Ni más ni menos. Y dada su importancia en el proceso de conformación de la
identidad tanto individual como social, la Escuela tiene en este trabajo un rol
fundamental. Ejercicio que atraviesa de lado a lado su currículum y que
potencia su razón de ser a la hora de construir un aquí distinto al que tanto nos desanima.
Capítulo
III: Síntesis y epílogo
Me he preguntado qué aportes puede dar, a la hora de
pensar la Escuela de cara a la Democracia, un docente que construyó su modo de
descifrar la realidad en un tiempo que se le hace remoto. Remotísimo. Y que
cree, a pesar de todo, en otro mundo que puede llegar a existir. Un mundo
decididamente democrático que, en cierta medida, puede ser construido desde la
propia Escuela.
He considerado una posible respuesta desde un aquí
concreto: el que sucede en el seno de una escuela pública de nivel medio
que brinda su servicio en un barrio pueblerino de un país en default.
En sus aulas, tal como recordarán, quien no es hijo de changarín, pescador, peón
rural o cosechero de algodón, es porque empujado por la necesidad se volvió él
mismo changarín, pescador, peón rural, cosechero de algodón. Todo ello con el
propósito de construir a partir de este contexto un proyecto de República diferente al que el modelo imperante nos
impone.
Si la noción de subdesarrollo no sólo significa retraso, sino también entorpecimiento, habrá que acordar que tal entorpecimiento facilita y potencia al fenómeno de colonización de la personalidad. Colonización en la que, tradicionalmente, ha participado la propia Escuela. Descolonizar, entonces, nos exige verbalizar y problematizar la propia cotidianeidad. Este ejercicio tiene que ser hecho con el estudiante y no para el estudiante, como si fuese la papilla pre-digerida que se les sirve a los bebés. La toma de consciencia que el mismo proporciona es la base de un modo democrático y democratizante de plantear las relaciones sociales. Vale decir, de politizar, que es la manera de ejercer la ciudadanía. Lo que a su vez es la manera de construir la Res pública. Pues no hay República posible en una sociedad que se desentiende de la cosa pública.
Este es el aporte que esta Escuela puede darle a la
Democracia real. Y lo que hace que el exiliado en el tiempo que esto escribe,
siga apostando a la educación como camino de liberación. Tal como soñábamos
cuando, veintitantos años atrás, cantábamos Imagine,
de Lenon, mientras anhelábamos un mundo libre de fronteras que no sería
precisamente el que pronto habíamos de conocer.
Bibliografía
consultada y otros refuerzos:
[i]
MAXIT, Jorge Alfredo: De lengua y
literatura. Ed. La luna que. Buenos Aires. 2001
[ii]
JAURETCHE, Arturo: La Colonización
Pedagógica. Centro Editor de América Latina. Buenos Aires. 1982.
[iii]
Recordemos que por entonces, la antropología estrenaba su patente de
ciencia. Nacida bajo el sello del
positivismo
y la moral victoriana, juzgaba que existían tres niveles en el
desarrollo cultural de la humanidad. El
más
primitivo correspondía al estado salvaje,
lo seguían los bárbaros y el
estado más alto de este proceso
evolutivo
estaba ocupado por la civilización.
Civilización que justamente representaba la cultura de los centros
de poder.
[iv]
ALBERGUCCI, Roberto: Educación y
Estado. Organización del Sistema Educativo. Editorial Docencia.
Buenos Aires. 1996
[v]
MANCUSI, Mariana y FACCIO, Claudio: Antropología
Social. Editorial Docencia. Buenos Aires. 1995
[vi]
McLaren, Peter: Pedagogía, identidad
y poder. Los educadores frente al multiculturalismo. Homo sapiens.
Rosario, 1998.
[vii]
GUARIGLIA, Osvaldo: Ideología, verdad
y legitimación. FCE, Buenos Aires, 1993.
[viii]
JAURECHTE, Arturo: Manual de zonceras
Argentinas: "De las zonceras en general". Peña Lillo. Buenos
Aires.
1980.
[ix]
RICOEUR, Paul: capítulo 3 de "Etica
y cultura". Editorial Docencia. Buenos Aires, 1994.
[x]
SCALABRINI ORTIZ, Raúl: Política
británica en el Río de la Plata. Ed. Reconquista. Buenos Aires, 1940.
[xi]
Al respecto, cuando al antropólogo Guillermo
Magrassi se le preguntó "¿Cuándo un pueblo está
colonizado?",
respondió:
"Cuando se ve a sí mismo tal como el colonizador quiere que se vea". (Diario "La Razón", 15 de
septiembre
de 1985).
[xii]
GARCÍA CANCINI, Néstor: "Culturas
híbridas. Estrategias para entrar y salir de la modernidad". Capítulo
7º:
"Poderes oblicuos".
Sudamericana. Buenos Aires. 1992.
[xiii]
Enrique Pichón-Riviere se pregunta: "¿Qué hay que hacer para que la
persona exprese su palabra?"
A lo que se
contesta:
"Permitirle expresar esa, su palabra". Y yo agrego:
Construir estructuras comunicacionales que faciliten
la
expresión de dicha palabra.
[xiv]
RATIER, Hugo: Nosotros y los otros. Centro
de estudiantes de Comunicación Social. UBA. Buenos Aires.
1989
[xv]
MCLAREN, Peter. Op. Cit., Pg. 117
[xvi]
El término “persona” proviene de per
sonare: sonar (la voz) a través de la máscara que el actor ocupaba
para
representar
hoy una comedia y mañana una tragedia. Lo cual demuestra la importancia que
tiene la propia voz
–la
propia palabra- en la construcción del ser persona. Dicho sea de paso, una
de las características de las
dictaduras
es su empeño en impedir la libre expresión de las múltiples palabras, lo
que por definición las hace
des-personalizantes
[xvii]
De día -a través de- y logos
-palabra-. Por lo que dialógico viene a ser todo aquello que
se transmite a través de la palabra.
[xviii]
Ficha de articulación de la "5ª Olimpíada de Filosofía".
Ministerio de Educación de la
Nación y Asociación Olimpíada Argentina de Filosofía, año 2001.
[xix]
Recordemos que en los dolarizados ´90, el discurso del poder consistía en
acusar a los reclamos sociales de ser
nada
menos que manejos políticos, con
lo que los desacreditaba ante la sociedad.
[xx]
Lo que, en definitiva, es uno de los objetivos de la Escuela misma, definido
en el artículo VI de la Ley Federal de
Educación.