Alberto R. Althaus, nacido en Esperanza, Pcia. de Santa Fe, en 1964, actualmente reside en dicha localidad. Integrante del Movimiento Esperancino por las Letras, ha participado de diferentes concursos literarios. Estudios: Especialista en Derecho Comercial (Área: Entidades Financieras, Contratos Bancarios, Comercio Exterior y Mercado de Capitales), Magíster en Dirección de Empresas. Actualmente cursa una Maestría en Docencia Universitaria.
PARADOJAS EN LA UNIVERSIDAD
Índice
Paradojas en la Universidad
Falta de Diferenciación en la Universidad
La Cultura del Trabajo
Sobre el complejo del parqueadero
El motivo de nuestras tristezas y su antídoto
Un paso previo para realizar Ciencia y más en materia de Ciencias
Sociales (que es tanto como decir: “pensar nuestro país para después hacer
realidad nuestras ideas”) es el Ensayo y toda nación que quiera hacer su
propio camino debe transitar, previamente, éste con libertad e ingenio.
En cuanto a los estudios y análisis que se observan en nuestros días
sobre política y currículum universitario, no comparto el pesimismo ideológico
de muchos de ellos y menos en materia de educación universitaria. Es un
pesimismo que se ve en ciertos intelectuales, que buscan lo PÉSIMO como si
fuera algo bueno, que se empecinan en el fracaso y no dicen con modestia:
“todavía no sé como solucionar esto”, sino que afirman, sin cierto nefasto
orgullo: “ésto no tiene ninguna solución”, y ni siquiera se toman la
molestia de meditar lo malo que nos pasa para convertirlo en algo un poco mejor.
Ese pesimismo me suena a los ecos de los pasos de un hombre amargado que
se alimenta y saca placer de sus propias angustias y no desconoce sino (lo que
es más grave aún) niega toda posibilidad de cambio y rechaza todo deber ser.
“Lo que no funciona es el Tercer Mundo y su Universidad” -nos dicen
estos científicos- “y no las teorías que aplicamos ni las ideas con que
pensamos la realidad”.
La primera objeción que formularé a los planteos actuales sobre el tema
de la Universidad es la FALTA DE DIFERENCIACIÓN (este concepto será explicado
con posterioridad para no dar lugar a malas interpretaciones ideológicas).
Cuando contemplamos los análisis sobre la crisis de la Universidad del
Primer Mundo y la crisis de la Universidad Latinoamericana la falta de
diferenciación surge del planteo mismo. Se ponen los dos temas en una bolsa y,
en realidad, son social, cultural y existencialmente distintos.
La crisis universitaria en el Primer Mundo se parece a la crisis de un
hombre maduro, rico y poderoso que no logra decidirse entre comprar un Jaguar o
un Mercedes.
La crisis de la Educación Superior Latinoamericana es una crisis con
todas las letras: pérdida de legitimidad institucional, falta de ideas claras
o, lo que es lo mismo, exceso de teorías, ausencia de sentido en la vida
universitaria, ambivalencia entre la Universidad Democrática y la Selectiva, pérdida
de sentido social y vital; y se parece a la crisis de un hombre pobre, afligido
por las deudas y por malos salarios y cuya preocupación principal es no saber
qué va a comer, él y su familia, ese día y al día siguiente.
En ese sentido, poner las dos crisis en una misma bolsa tratando de
buscarles una solución compartida me parece de medio pelo y de muy mal gusto.
Otro problema de no-diferenciación es que no se distingue entre la
crisis de la Educación Superior en Latinoamérica de la crisis universitaria
argentina, porque, aún admitiendo que en toda América del Sur se transita por
ciertos andariveles comunes, debemos reconocer que la Argentina sufre
inconvenientes propios y particulares que no son menores a la hora de realizar
un análisis serio y pormenorizado.
La Argentina es un país que viene de un proceso de decadencia nacional
continuo desde 1976, quizás antes, o sea, con casi treinta años de retroceso
en todas las áreas y, por supuesto, en Educación. Siendo un país de clase
media a comienzos de los setenta, poco a poco, esa clase ha caído en la pobreza
y la clase baja en la miseria extrema. Por ello, tenemos una suerte de
sentimiento de impotencia y fatalidad que se encuentra fortalecido, acrecentado
y potenciado por el fracaso social que implicó el paulatino empobrecimiento de
un país rico en recursos, un fracaso como nación y un fracaso como Democracia,
es decir, como sociedad que sabe y quiere autogobernarse, y en este triunfo de
la miseria y la ignorancia en mucho nos han ayudado las comunidades científicas
y económicas del Primer Mundo sin que ello logre restarnos mérito alguno.
Porque independientemente del crimen de mantener la pobreza existe otro
quizás mayor, el de aumentarla y no es lo mismo desde el punto de vista psicológico
y sociológico pertenecer a un país en donde la ausencia de un digno estándar
de vida es una realidad de décadas, a pasar, por lo menos en lo que hace al
imaginario social, de un país de clase media a una sociedad en la cual los
saqueos a los supermercados, los piquetes y el hambre de sus masas se convierte
en una realidad cotidiana y crónica. Y cuesta mucho y hay que ser muy duro para
bancarse ese tobogán de la vida.
La Argentina que durante la década del 70 se sumió en la violencia
extrema y el miedo, en los 80 vivió estancada, en los 90 se desindustrializó,
en el 2000 entró en la recesión más grave de su historia.
Es un país que no tiene consuelo y que no tiene quién lo consuele y, en
gran medida por esto, su situación es histórica, cultural y socialmente
diferente a la de Brasil, Uruguay, México o Chile, a pesar de que sueño, como
muchos, con un futuro latinoamericano común. Y es que la América latina actual
se fragmenta y desintegra y ni siquiera los problemas son compartidos; tanto nos
han golpeado que hasta nos cuesta reconocernos.
Entiendo que es conveniente tener en cuenta las grandes diferencias que
existen entre los países para no buscar, en materia de educación
universitaria, una solución única y simple a un problema complejo y plural.
Reiteramos que puede ser un grave error la falta de diferenciación en estos
aspectos.
La primera pregunta que uno puede formularse es si esta visión
GLOBALIZADO-RA de la Universidad que la contempla como una, independientemente
de países y situaciones, no es más que un prejuicio inconsciente incorporado
por investigadores y científicos en el estudio de los problemas de la Educación
Superior. Y, si se trata de un prejuicio, ¿cuáles serán sus consecuencias?
Esta globalización del problema de la Universidad lleva a una visión
hegemónica de la Ciencia que, poco a poco, va transmitiendo su hegemonía sobre
distintas áreas del hacer, del no hacer y del pensar.
No hay que confundirse, la globalización y el pensamiento hegemónico
mundial no nacen de la realidad misma de las cosas sino de los entes de razón,
de las ideas; y ese pensamiento único del Norte se difunde, como un virus,
entre los círculos intelectuales, antes de afectar a la sociedad en su
conjunto.
Nace así la Universidad Global que establece los parámetros y las
medidas y que como un evangelio nefasto y extraño se consume, se reproduce, se
imita, se recita por doquier. Esa Universidad Global sirve de modelo a los países
del Tercer Mundo, se copian sus metodologías, sus ideas, sus formas de
administración, sus prácticas educativas, sus currícula, sus métodos de enseñanza,
sus teorías pedagógicas y didácticas, como una forma rancia y triste de
evitar todo esfuerzo intelectual. Pero como la copia no llega a ser nunca tan
buena como el modelo original nuestros mejores estudiantes viajan al Norte a
“educarse” y obtener sus doctorados y, desde allí, nos traen todas las
otras ideas que han aprendido a seguir con fidelidad exquisita.
Por lógica, la Ciencia, como toda actividad humana, generalmente
favorece a quién la diseña y produce; y ¡basta ver lo poco que ha favorecido
al resto del mundo la ciencia moderna y postmoderna! Impulsar el surgimiento de
una ciencia postmoderna surgida y diseñada en otra parte es, simplemente,
reemplazar una globalización por otra, quizás, sólo cambiar el nombre de las
cosas.
Se presenta como solución una ciencia que nace unida a una economía
postmoderna centrada en la producción de bienes pequeños, servicios, software,
información, imágenes... más que de productos y cosas, como si fuera parte de
una estrategia internacional para vender, al mejor precio, aquello que el Primer
Mundo puede producir, entiéndase desigualdad en los términos del intercambio.
Por estos motivos considero que la ciencia debe desarrollarse en cada país
como una lucha en contra de la hegemonía mundial del pensamiento y de las teorías.
Las Universidades, en nuestras latitudes, deben aspirar a una cierta
autonomía de toda ciencia hegemónica como una forma de destruir el
imperialismo de la ciencia y evitar el Imperio.
No se trata de rechazar lo que ha sido pensado por hombres sino de crear.
No se trata de negar el universalismo de ciertos conocimientos científicos sino
de establecer cuáles son éstos, delimitar sus áreas y contemplar con menor
fanatismo e ingenuidad el resto, y se trata de trabajar con una clara visión de
que tanto la discusión como el pensamiento propio y distinto no sólo son
posibles sino deseables. Asumir el riesgo y la responsabilidad de “hacer las
cosas de una manera diferente”.
Lo fundamental en la Universidad Latinoamericana es pensar “su” y
“la” realidad, construir teorías, crear ideas nuevas y no simples copias o
adaptaciones de las teorías del Norte, sean éstas de Stuart Mill, Adam Smith,
Rousseau, Hegel, Marx o Fu manchú. Se trata de ver con nuestros ojos.
La misión de esta Universidad Latinoamericana consiste en pensar claro,
alto y con la propia cabeza, no imitar, no fanatizarse en la búsqueda de
escritores. Debe pensarse a sí misma, crearse como una realidad diferente y, en
ciertos aspectos, única y asumir el rol de ser una verdadera Institución
Latinoamericana.
No puede darse el lujo de constituir un transplante o engendro de lo que
otros han pensado por nosotros y para nosotros.
Tomar toda la responsabilidad de ser intelectuales en nuestras manos es
comenzar a generar Ciencia y Tecnología y, por sobre todas las cosas, realizar
una investigación profunda en materia de Filosofía y Ciencias Sociales.
“¿Hasta qué punto es conveniente que la Universidad sea UNA fuera de
ciertos reclamos presupuestarios e intereses de política educativa compartidos
por las distintas Facultades?”
Una gran inquietud que me produce este tema la genera el posible
contrasentido de querer ver y analizar a la Universidad como si fuera una
UNIDAD, para luego quejarse y plantear objeciones a la falta de UNA política
universitaria, la excesiva multiplicidad de funciones y la ausencia de
compatibilidad entre ellas.
En verdad, en este caso, el problema no está en la realidad misma sino
en los ojos de los científicos e investigadores.
Quizás deberíamos permitir cierta DESCENTRALIZACIÓN de objetivos y políticas
en el tema universitario que parta de una descentralización (que no implique
atomización) del estudio y el análisis de la Universidad en cada una de sus
Facultades y Carreras. Y no se trata sólo de regionalismo sino de política y
estrategia nacional en materia de Agronomía, Medicina, Filosofía, Ingeniería
Industrial, Abogacía, etc.
La Universidad no es un BLOQUE sino que existen diferentes Facultades que
representan posibilidades educativas y de trabajo distintos. Considero que no es
conveniente que la Facultad de Derecho, Filosofía y Letras, Medicina,
Arquitectura,... compartan una misma visión del egresado universitario. Son
carreras diferentes que desempeñan distintos servicios y roles dentro de la
sociedad, algunas son típicas profesiones liberales, otras están relacionadas
directamente al mundo empresario, las hay artísticas, en otras lo que deberá
primar será el espíritu crítico...
Presentado como un bloque el problema de la jerarquía de funciones
dentro de la Universidad es INSOLUBLE, científica y lógicamente insoluble.
Pero, si se analiza cada una de las carreras por separado puede llegarse a un
acuerdo sobre el perfil del egresado y sobre un diseño apropiado del currículum
que responda en forma razonable a una jerarquía de objetivos.
Así se ven mitigados ciertos problemas como elegir entre: cultura
popular o alta cultura, educación o trabajo, teoría o práctica, investigación
o profesionalidad, mayor productividad o autonomía económica y científica,
mayor o menor trabajo en la comunidad, etc. Cada una de estas preguntas deberían
responderse desde cada Facultad por medio de una jerarquía de funciones y
graduación de las mismas y no en forma abstracta, casi brutal, tratando de
descubrir el perfil de una Universidad que, por su particular naturaleza, está
llamada a cumplir diferentes roles dentro de la sociedad.
Porque es importante que una sociedad tenga investigadores pero también
buenos profesionales, pensadores, docentes y críticos; gente comprometida con
sus empresas o dedicadas a sus negocios pero también trabajadores sociales y
personas comprometidas con la comunidad. Y una misma persona no puede cumplir
todas estas tareas a la vez y de una forma eficiente, por lo que, aunque sea de
Perogrullo explicarlo, una sociedad se desenvuelve mejor y es más valiosa en
tanto se diversifica y resulta una verdadera necedad querer llegar a un perfil
de egresado universitario modelo, como así también, aspirar a un currículum
universitario unificado.
Las diferencias de currículum en cada carrera que hace que abogados, médicos,
ingenieros, veterinarios, profesores de literatura, músicos, filósofos se
comporten de una determinada manera no es algo malo pues ya que cumplen una
misma función dentro del organismo social es conveniente que las células de un
determinado sistema se parezcan entre sí siempre que esa similitud no sea ni
excesiva ni automática. Parecidos sí, pero no demasiado.
Por otra parte no es igual la necesidad que existe de vincular la
Universidad al mundo de los negocios en un Instituto de Ciencias de la
Administración que en la Facultad de Filosofía y Letras. Y no sé hasta que
punto sería moral, política y socialmente provechoso perjudicar el espíritu
crítico y la autonomía de filósofos y literatos para ubicarlos al servicio de
las empresas (lo que no implica necesariamente ausencia de contactos o vínculos).
Incluso dentro de la Facultad de Economía sería conveniente que algunas
cátedras tengan vinculación directa con las grandes empresas, otras se
encuentren orientadas hacia el sector Pymes y que, además, exista un espacio
para la investigación crítica respaldado por el Gobierno y ONG.
En esta Facultad, la Universidad y el Estado, a través del Diseño del
Currículum, deberían dejar ciertas cátedras fuera del ámbito exclusivo de
los negocios y ubicarlas en un ambiente más político y social; a fin de que la
Economía y sus teorías no se desarrollen separadas de los vínculos y
responsabilidades comunitarias. Sería interesante crear y defender un ambiente
dentro de la carrera en el cual no se observen, en primer lugar, los intereses
individuales sino los sociales y políticos con la clara finalidad de contar con
elementos de renovación teórica e ideológica.
No hay que tenerle miedo a la expresión “cultura del trabajo”. El
trabajo es un elemento integrador, de asimilación social, creador de lazos
solidarios; el trabajo favorece la comprensión del prójimo y el conocimiento
de uno mismo, nos proporciona sentido de dignidad, la visión de que somos
capaces y competentes y de que, sin ser siervos de nadie, somos útiles a la
sociedad toda.
El desempleo, por otra parte, crea la sensación en el trabajador de que
aquello que hace no es valioso y por ello puede ser despedido, descartado; se
siente impotencia y las actividades laborales pierden validez social y
existencial junto con las profesiones. “Si puedo ser despedido”, se razona
inconscientemente, “es que el trabajo que realizo no tiene ningún valor para
la sociedad ni para nadie y, por lo tanto, en
la medida en que mi empleo corra peligro, ello me demuestra que lo que he
hecho, hago o voy a hacer carece de sentido, y al ser el trabajo una parte
importante de mi vida, mi existencia toda pierde finalidad”.
Por ello, en un país con altos índices de desempleo y corrupción,
aquello que no se puede, desde un punto de vista lógico, discutir en la
Universidad es nuestra necesidad de fortalecer la “cultura del trabajo”: un
valor que debemos potenciar.
Para cambiar esta realidad no debemos actuar individualmente sino por
medio de las Instituciones, especialmente aprovechando aquellas que la sociedad
ve como moralmente buenas y provechosas y no como signos de degradación. La
Universidad es una de ellas, cuenta con una imagen ante la Opinión Pública
relativamente positiva pues no es vista como un centro de corrupción.
Mi propuesta personal para fortalecer la cultura del trabajo consiste en
establecer un sistema de puntuación dentro del título que involucre: un
puntaje mínimo por rendir todas las materias al cual debería agregarse
(siempre que la carrera no se termine en más de siete años y medio, tiempo
promedio del estudio universitario en la Argentina para la obtención del título),
un mayor puntaje por: trabajar y estudiar, realizar labores en beneficio de la
comunidad y trabajo solidario, trabajos de investigación, asistencia a
seminarios y congresos, etc. Y estos elementos deberían ser tenidos en cuenta
al momento de seleccionar el personal en la Universidad y en el Estado, dicha
política educativa considero que se traduciría en un comportamiento social
positivo a imitar por las empresas y la comunidad toda.
Para introducir esta meritocracia, como principio de conducta en la
sociedad, es fundamental una correcta implementación y diseño del currículum
universitario pues las ideas, en sí, son maleables, dúctiles y corruptibles
frente a la voluntad de los hombres y a la mala redacción de las leyes.
Una pregunta me he formulado: “¿por qué todos los que ingresan a la
Universidad deben recibirse?”. No se me malinterprete, no es la pregunta de un
oligarca intelectual, uno de aquellos sujetos que busca y quiere una Universidad
Selectiva.
Pero a esta pregunta siguen otras: “¿cómo se logra que todo aquel que
ingresa en la Universidad se reciba?” Por supuesto, si la selección es previa
y sólo los que se encuentran más capacitados acceden a la misma, la respuesta
es fácil: “La selección previa asegura que todos los que ingresen se
reciban”. Y, hasta aquí, la lógica es intocable.
Pero: “¿Por qué debemos aspirar a que todos los que ingresen se
reciban?” Quizás el
error se encuentra en nuestra perspectiva y en nuestros prejuicios; me explico,
quizás el error es considerar un fracaso la no obtención del título.
Esta idea de que aquel que obtuvo el título se debe exclusivamente a su
mérito personal y aquel que no a su propia CULPA, es una visión social y
existencial muy simple, pobre, miserable desde un punto de vista humano, que
debe generar necesariamente, a través de una Universidad Democrática, un clima
social de frustración.
Tal vez, el problema está en nuestros ojos, en nuestra forma de
contemplar y en nuestro corazón.
Lo que debemos ver como un logro: que muchos jóvenes puedan realizar
vida universitaria y de estudio durante dos o tres años, que hayan rendido
cierta cantidad de materias, que hayan podido participar de las clases y de la
enseñanza de los docentes; lo contemplamos como un fracaso personal y social.
Cuán fácil me resultaría hablar en este momento de las miopías de una
sociedad exitista, exigente, problemática; pero eso se lo dejo a Uds. que la
conocen mejor.
Planteo, en este lugar, la discusión y el problema de elegir entre la
Universidad Selectiva y la Universidad Democrática o del Pueblo como prefiero
llamarla.
Aunque sea muy cruel decirlo y más asumirlo, una Universidad Democrática
no puede aspirar a que todos o la gran mayoría de los jóvenes que ingresan a
sus aulas se reciban y mantener al mismo tiempo un alto nivel de formación (que
es lo deseable desde el punto de vista social); más tratándose, como sucede en
nuestro caso, de que aquellas carreras que tienen mayor demanda entre los jóvenes
exigen, por lo menos, 5 o 6 años de cursado y estudios intensivos.
En ese sentido, en mucho puede ayudar una buena diagramación del currículum
unido a una reforma legislativa para que se valore el estudio universitario
desde un punto de vista laboral. Para conseguir ese objetivo constituye una
medida válida y eficaz la asignación de puntaje por materias rendidas en una
misma Facultad, con la obligación de tener presente dicho puntaje al momento de
realizar la selección de personal administrativo en Universidades, Colegios
Profesionales y en el Estado Nacional, Provincial y Municipal; buscando también
la adhesión de las ONG y de los empresarios a la nueva norma de conducta y
valoración para crear una sociedad en la cual meritocracia y democracia no
constituyan principios de vida contradictorios sino que se potencien entre sí.
El puntaje en la selección de personal por parte del Estado y las
Universidades puede ser concluyente a la hora de cambiar la visión y lograr que
el hecho de haber rendido ciertas materias en una Facultad sea visto como algo
socialmente positivo. Se comprendería entonces que estudiar e ingresar a una
Universidad es todo un logro, por otra parte, se reducirían, en una gran
proporción, la CULPA y la ANGUSTIA que genera en los jóvenes el no poder
terminar con sus estudios.
Para ello sería conveniente que las Facultades se obliguen a suministrar
certificados de materias rendidas a pedido de los estudiantes.
Así, el hecho de no poder terminar los estudios universitarios no sería
considerado un fracaso personal a ocultar, se quitaría toda una serie de
presiones y prejuicios que perjudican la FELICIDAD y alegría de los estudiantes
y de todo aquel que ha tenido que abandonar los estudios.
Una Universidad Democrática no puede garantizar que todos los que
ingresan a la carrera de Abogacía se reciban, ni siquiera la mayor parte de
ellos, sería, en este momento y desde el punto de vista didáctico, imposible.
Por otra parte, es social y económicamente positivo y razonable que una gran
parte de la población realice trabajos que no requieran estudios universitarios
de cinco años o más.
El aminorar los complejos de culpa, abandonar las ideas de una sociedad
exitista en la cual los únicos que cuentan son los supuestos “vencedores”,
no ver derrotas donde no existen, poner las cosas en su lugar, ser más
exigentes desde el punto de vista moral y humano, ubicarnos en otros valores a
los del Norte,... es una forma de construir una SOCIEDAD diferente y nuestra, de
dar forma y cabida a la propia cultura.
Salvo que se considere que la Educación, por sí sola no tiene valor,
que la capacitación es inútil si no se llega al final de la carrera, que
mejorar la cultura y recursos intelectuales de muchos jóvenes no tiene
relevancia alguna para el desarrollo presente y futuro del país.
Es un terrible error aplicar un principio de la Universidad Selectiva:
“todos los que ingresan deben recibirse” a una Universidad Democrática sin
analizar previamente su validez y, lo que es más importante aún, sus
consecuencias.
Erradicar esa nefasta visión social y existencial generará una sociedad
menos centrada en el “ganador” y se favorecerá una perspectiva más latina,
más argentina, mucho más paciente y comprensiva por el esfuerzo de muchos y
que expresa y representa nuestro espíritu sentimental, sensible, sensitivo. No
intentaríamos copiar sin éxito un estilo de vida japonés o norteamericano
sino crear el propio y asumir nuestros errores y hallazgos para volver a SER.
Mi objetivo al plantear estas ideas es reducir el descontento, la
insatisfacción, la frustración de las jóvenes generaciones cambiando nuestra
concepción sobre la vida universitaria.
La educación dejará de ser un elemento de selección, casi brutal,
dentro de la especie para ser observada como una RIQUEZA en sí, como un mérito,
un valor, que se posee en mayor o menor medida pero del cual ningún ser humano
carece en forma absoluta, como una Riqueza a distribuir de la forma más justa y
democrática posible.
Sin abandonar la idea del éxito y de la excelencia la ubicaremos en su
debido sitio junto al saber, la belleza, la felicidad, la solidaridad, la
calidez humana, la humildad y el esfuerzo.
De esta manera la Universidad del Pueblo no se transformará en una
Intitución con bajo nivel de exigencias educativas y, por lo tanto, con un bajo
nivel de formación, producirá científicos y profesionales de “calidad” y
ello no va a impedir a los jóvenes estudiar y llegar hasta donde puedan con el
reconocimiento social que merecen sus esfuerzos e iniciativa.
Los jóvenes no dudarán en ingresar a la Universidad, estarán seguros
de que esa elección es la correcta tanto para ellos como para la sociedad y
habrán dando un paso importante para sus vidas por el cual, el día de mañana,
no tendrán que rendir cuentas ni arrepentirse.
Al aprobar una materia no estarán tan preocupados por reprobar la
siguiente y tendrán tiempo para festejar. La gratificación no se producirá sólo
en el momento de la recepción del título sino que se generará constantemente
en la sana comprensión del valor y utilidad de los conocimientos incorporados y
en la recepción e intercambio libre y democrático de ideas durante el cursado
de las materias.
Desde este punto de vista, el SISTEMA de Educación Universitaria actual
es bastante negativo ya que existe un índice elevado de deserción que tiene su
origen en la demanda educativa y en el diseño de carreras de larga duración.
Para aquellos, MAYORÍA, que no lograrán completar sus estudios el haber
cursado en una Universidad se convertirá en una pérdida de tiempo y en un
fracaso.
La habilitación y la entrega de TÍTULOS INTERMEDIOS puede servir de
incentivo para continuar la Carrera y de reconocimiento por lo logrado. Un
ejemplo de ello, es el diseño curricular de la Carrera de Abogacía que otorga
sucesivamente los títulos de Bachiller en Ciencias Jurídicas, Procurador y
Abogado.
Sería interesante diagramar los currícula universitarios de manera que
las distintas Facultades se obliguen a otorgar un título a los dos años, otro
a los cuatro y el último al terminar la Carrera, como una manera de establecer
peldaños y de lograr que aquel que no pueda o quiera continuar con sus estudios
no se caiga del sistema.
Estos títulos “intermedios” serían un reconocimiento al esfuerzo y
a la capacitación además de mejorar la inserción laboral. Y, aunque no sea
políticamente correcto decirlo, satisfacen los prejuicios de muchos individuos
y de la sociedad hasta que la implementación del puntaje por materia comience a
generar cambios de conducta y valoración, esta obsesión es producto, en gran
medida, del curriculum y nos viene desde la Primaria. Sin embargo, entendemos
que sería adecuado mantener esta política de nuevos títulos a mediano y largo
plazo.
Por otra parte, dada la situación actual de la Argentina en la cual
muchos jóvenes no pueden acceder a un trabajo, constituye un crimen y una
inmoralidad restringirles aún más sus derechos impidiendo o limitando el
acceso a una Educación Superior.
Y si me preguntan si prefiero un almacenero o taxista con formación
universitaria o uno sin ella, debo decidirme, necesariamente, por el primero y
lo mismo haré si me obligan a elegir entre más y mejor educación o restringir
y limitar el acceso a la misma.
Y que no se argumente que el taxista, quizás con un título
universitario, se frustra, porque en lo personal considero más frustrante el no
permitir, el restringir y el seleccionar previamente, el no abrir las
posibilidades. Y si me aseguran que estará sobrecapacitado debo argumentar que
esa mayor capacitación le va a brindar una mejor comprensión de la realidad
nacional, valores y formas de conducta que mejorarán su desempeño, resultado
de un currículum oculto que sólo es malo si lo que trasmitimos es maldad.
Por el sólo hecho de participar de la vida universitaria, si hacemos
bien las cosas, el sujeto habrá mejorado su socialización, asumido una cultura
del trabajo, será más emprendedor, estará más capacitado para pensar y
recapacitar, tendrá un mayor espíritu crítico con sus gobernantes, será
menos dócil para todo manejo político derivado de la sociología de masas,
comprenderá mejor la Democracia, las Instituciones y su sentido último.
Además, no nos corresponde a nosotros proyectar un nivel de
profesionales futuro más bajo que el actual considerando sólo las
posibilidades laborales de una Argentina Miseria para el 2020.
En vez de facilitar la formación de un país más pequeño debemos
trabajar, en materia de Educación y Salud, por una nación más grande y
humanamente justa. Nosotros, los argentinos, debemos trabajar para crear un país
en donde la tasa de profesionales y su calidad sea similar o superior a la del
Primer Mundo y hacer de este planteo no una utopía sino una estrella que nos
marcará el rumbo. Es nuestra obligación moral construir nuestra realidad y no
permitir que otros la diseñen por nosotros o la malogren. Para que no se nos
imponga el fracaso, la tristeza y la miseria nos imaginamos personal y
socialmente grandes y exigimos de aquellos que nos gobiernan signos de grandeza.
Porque si el miedo se convierte en el dictador perpetuo de nuestras
vidas, miedo de que haya demasiados profesionales, demasiada gente con formación
profesional, tendremos una mente mezquina y algo peor, un espíritu mezquino,
pequeño, diminuto, insignificante.
Y a esto nos estamos condenando mientras diagramemos mal nuestro currículum
y mientras admitimos que algunos lleven a cabo en “sus” cátedras un currículum
oculto de profesor obstáculo, que implanta, por su cuenta y sin consultar a
nadie, una SELECCIÓN que los políticos no son capaces de proponer. Ese
profesor obstáculo y selectivo comprende poco el sentido de la palabra
“democracia” y ejerce, dentro de su ámbito, una oligarquía intelectual
cuyos frutos son cabezas aún más cerradas y socialmente torpes.
Y así, mientras imaginamos una Argentina pobre y sin trabajo para el
2020, inconscientemente, estamos trabajando para que esos temores se vuelvan
realidad y con nuestros miedos vamos construyendo nuestra futura pesadilla;
porque vivir en democracia implica atreverse a crecer y a reclamar con valentía
aquello que se nos debe, implica luchar por más Salud y Educación, por un
Salario Justo y evitar que los corruptos nos roben la dignidad de ser y
llamarnos argentinos.
La movilidad social ascendente es un elemento de distensión y de alegría
dentro de una sociedad. Desde sociedades en las cuales la movilidad social es
nula como el sistema de castas, aquellas en las cuales es dificultosa como en la
de estamentos, hasta las sociedades actuales en las que esa situación social
abarca un amplio espectro que va desde una simple manifestación de voluntad
hasta una realidad rica y hermosa; la movilidad social ascendente genera en los
seres humanos el convencimiento de que poseen libre albedrío y el gobierno de
sus vidas.
En la Argentina el ascenso social se ha convertido cada vez más en un
sueño casi imposible, al que acceden sólo unos pocos. Esto origina en toda la
sociedad una sensación de frustración y fracaso que lleva a la apatía. Se
llega a creer que existe un destino fatal que nos limita y empobrece y por lo
tanto no se piensan ni meditan los problemas del país a partir de un sano
optimismo sobre la capacidad intelectual de su pueblo.
El ascenso social permite a la población poseer una mejor perspectiva
sobre la vida y el futuro. Se adquiere una comprensión de la dignidad personal,
una captación plena del humano poder de creación y la clara confianza en que
el esfuerzo genera beneficios.
En nuestro país, la movilidad social se encuentra estancada por varios
factores: 1) pérdida de relevancia de la actividad agraria y sus productos, 2)
desempleo, 3) pobreza crónica, 4) destrucción de industrias nacionales, 5)
problemas de acceso al crédito, 6) dificultades de acceso a la Educación (y
entre ellas a la enseñanza universitaria)...
Es difícil cambiar la realidad nacional tocando uno solo de estos
factores pero en tanto podamos mejorar alguno de ellos potenciará éste a los
restantes en una sinergia fructífera y enriquecedora.
Pues es nuestro deber hacer todo aquello que se encuentra en nuestras
manos con la finalidad de abrir nuevos caminos para la recuperación del país
y, en todo esto, no va a tener escasa trascendencia la decisión final que
tomemos entre más y mejor Educación Superior o menos de ésta, o sea, entre
una Universidad Selectiva y una Democrática.
Dejar abierta esta posibilidad de riqueza y no agravar la mala distribución
de la RIQUEZA de la Educación en Latinoamérica es no sólo una meta sino una
obligación que nos concierne a todos.